Un nuevo Papa

Ya tenemos un nuevo papa. Como está sucediendo con casi todo, las opiniones vertidas por comentaristas, políticos y demás personajes públicos se encuentran claramente polarizadas por el blanco y el negro, lo bueno y lo malo. En fin, no creo que sea para tanto.

Siendo yo un crío y con 16 años escuché hablar de Ratzinger por primera vez. En el instituto teníamos dos profesores, mejor dicho, un profesor y una profesora que nos enseñaban religión y filosofía respectivamente. Los dos eran excelentes trabajadores y docentes y debo reconocer que aprendimos muchísimo de ambos así que este apunte puede ser un pequeño homenaje para ellos, sobre todo para el primero que ya no está entre nosotros.

Bueno, a lo que íbamos. El profesor de religión era partidario de una iglesia comprometida socialmente, abierta a los problemas reales de la gente, con valentía y decisión para instar a los jerifaltes a que tomaran decisiones justas, prácticas y solidarias. Nuestro profesor quería una iglesia reivindicativa, que luchara junto a los pobres y cuya meta fuera la justicia social. Nuestro profesor era un defensor de las ideas de la teología de la liberación que en aquellos años de la década de los 80 pujaba muy fuerte para forzar un cambio de rumbo en las altas jerarquías del vaticano.

«Nuestro profesor quería una iglesia reivindicativa, que luchara junto a los pobres y cuya meta fuera la justicia social.»

Por otro lado, la profesora de filosofía estaba de acuerdo con los fines anteriormente expuestos: justicia social, equidad, solidaridad, etc. pero no así con los medios. De hecho, los medios que ella proponía creo que podrían ser vistos como una especie de todo vendrá por sí solo: es suficiente con hacer bien nuestro trabajo. Era otra forma de pensar.

Aquel año vivimos en directo el enfrentamiento durísimo entre estos dos profesores y sus distintas formas de pensamiento. Fue algo realmente espectacular presenciar la dialéctica entre lo conservador y lo renovador, la derecha y la izquierda, la sumisión y la insumisión. Evidentemente, el entonces papa Juan Pablo II y su mano derecha Ratzinger salían constantemente a escena como firmes defensores de la vía conservadora. Ahí fue entonces cuando conocí a nuestro papa de ahora y reconozco que jamás me hizo gracia. No sé si esto se debe al pensamiento típicamente reaccionario de un adolescente o a razones de mayor profundidad. Tampoco me he detenido a reflexionar en ello ni quiero hacerlo pero el caso es que la antipatía sigue siendo duradera.

«Con el paso del tiempo uno aprende a enfocar los asuntos complejos con lentes cada vez más precisas y menos absolutas.»

Con el paso del tiempo uno aprende a enfocar los asuntos complejos con lentes cada vez más precisas y menos absolutas. Cuando ahora me hablan de Ratzinger y de Juan Pablo II, reconozco en ellos personajes que han tenido errores gravísimos y algunos aciertos. Reconozco también que la iglesia a nivel jerárquico-administrativo-oficial podría ser otra muy distinta, mucho más humana, abierta y lógica. Pero reconozco también que donde realmente está la iglesia es en la gente que se lo curra desde abajo, desde el trabajo en parroquias, misiones y hospitales. Y ojalá que a esa gente no le afecte mucho el pontífice que esté en Roma. O mejor dicho, espero que su labor inconmensurable no se vea influída por la curia-burocracia-estado de turno y sus decisiones caprichosas basadas en sofisticados argumentos teológicos que sólo ellos entienden.

Si me preguntan por la iglesia, yo pienso en estos héroes diarios, en los que se juegan el cuello por los miserables, por los empobrecidos, por los enfermos y por los marginados. Si me preguntan por la iglesia, jamás se me viene a la cabeza la imagen de un papa, ni de sus encíclicas, ni de lo que es pecado o no lo es. Tampoco pienso en sus guiños a los poderosos, ni en su condescendencia hacia los que han perpetrado crímenes de estado, ni en su connivencia con los gobiernos que machacaron a sus propios feligreses cuando éstos se rebelaban contra la pobreza y la opresión.

La iglesia, afortunadamente, nada tiene que ver con sus papas ni con reglas impuestas por el devenir histórico. La iglesia es otra cosa mucho más extemporánea y menos caprichosa. Y para modelo, afortunadamente, los católicos ya tienen a Jesucristo.

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