Tragedia en Bhopal

En la noche del Jueves 2 al Viernes 3 de esta semana se cumple el vigésimo aniversario del peor desastre industrial de la historia. Esa fatídica noche de 1984, la fábrica de pesticidas de Union Carbide en Bhopal, India, esparció más de 40 toneladas de gases letales. Las consecuencias fueron devastadoras: más de 8.000 personas murieron en el acto; otras 12.000 murieron en un macabro goteo como consecuencia de las enfermedades asociadas a la inhalación de estos gases y, por último, más de 150.000 supervivientes permanecen en grave estado y necesitados de atención médica constante.

No obstante, lo peor sigue estando por llegar pues todavía continúan naciendo niños con malformaciones y enfermedades relacionadas con los gases tóxicos. Además, la naturaleza de la comarca está contaminada; esto se aprecia de manera especial con los acuíferos que han absorbido gran parte de los contaminantes y que ahora están devolviéndolos junto con las extracciones de agua necesarias para la vida.

Hace poco tuve una conversación con un buen amigo que es ingeniero y hablábamos de los costes de las energías renovables. Él afirmaba — no sin razón — que en la actualidad las renovables no tienen nada que hacer junto a las convencionales en lo que a costes se refiere. Y es cierto que no hay color: producir un kwh con carbón o con nuclear es mucho más barato que hacerlo con las palas de un molino o con las células fotovoltaicas de una placa solar. Es cierto. Lo asumo y todas las cuentas realizadas en este sentido así lo corroboran.

No obstante, existe un pero muy grande en esta argumentación pro-energías-convencionales que debe ser puesto sobre la mesa y que daría un vuelco a toda el pensamiento dominante: en los costes de producción de la energía convencional (y de las renovables, claro) hay que computar las externalidades. Una externalidad es un coste (o un ingreso) que se produce sin que el productor (en este caso de energía) lo haya controlado. Por ejemplo, la millonada de euros que nos ha costado (y sigue costando) limpiar el Atlántico y la costa gallega de los combustibles del Prestige son una externalidad (en este caso, negativa) dentro del proceso de producción de hidrocarburos.

«Seguimos generando bombas de relojería a todos los niveles.»

Muchos economistas apuntan ya la necesidad de introducir las externalidades dentro del análisis coste-beneficio para cualquier actividad económica (también algunas directivas de la UE, como la de Aguas, inciden en la misma argumentación: full cost recovery, reflejar en el precio del metro cúbico de agua todo el coste de producirlo para así promover un uso más eficaz y eficiente del recurso). Y todo esto es muy razonable: hay que estar para lo bueno y para lo malo, y no vale decir que tal o cual modelo industrial (o proceso de producción) es mejor o peor que otro si dentro de la contabilidad no incluimos todas las rúbricas, las buenas y las malas.

Así pues, no estaría nada mal que quienes proclaman alegremente que las energías convencionales son infinitamente más competitivas que las renovables incluyeran en el apartado de costes las mareas negras, la contaminación asociada a las centrales térmicas y nucleares, las alteraciones por el exceso de CO2 en la atmósfera, la lluvia ácida, el tratamiento de los residuos y la pérdida de calidad ambiental asociada siempre a estos procesos industriales. Es muy posible que entonces, las convencionales ya no ganaran por goleada a las renovables. Quizás incluso podría hablarse de una remontada espectacular.

¿Y esto qué tiene que ver con la tragedia de Bhopal? Pues sencillamente es que, desde un punto de vista muy aséptico, teórico e insensible, podemos afirmar que la tragedia de Bhopal ha sido la mayor externalidad negativa que podemos computar. Bhopal es el récord, el number one de los desmanes económicos y ambientales — al menos, desde una perspectiva local.

Bhopal, en suma, sigue siendo una llamada de atención sobre nuestro vigente modelo socioeconómico que aparca los riesgos y los aplaza para un futuro en el que todo podrá resolverse con tecnología. Es posible que nuestros economistas nos adormezcan y arrullen con estadísticas en las que el PIB continúa creciendo imparable, pero es que hace ya mucho que el PIB (o cualquier otro indicador) dejó de ser fiable (¿acaso un número puede reducir la complejidad?) y es muy problable que estemos yendo para abajo en lugar de para arriba en el más literal de los sentidos. Y es que seguimos generando bombas de relojería a todos los niveles; bombas que tarde o temprano nos reventarán en las manos y en la cara. Y lo peor de todo es que lo sabemos y lo asumimos.

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