A la vuelta del puente de la Inmaculada ha sido frecuente ver en los telediarios la noticia del mal tiempo en la costa mediterránea. Casi siempre, nos la han colocado justo en ese interludio entre las noticias importantes y el bloque futbolero y, para ilustrarla, la han acompañado del comentario de algunos turistas que han venido a pasar los días a la costa. En las palabras de los viajeros de fin de semana se adivinaba un tono de amargura, de tristeza, por no haber podido disfrutar de ese sol mediterráneo que casi todo el año nos acompaña a los que por esta zona vivimos.
En principio, esto no es motivo de nada, ni siquiera de un apunte para este sitio perdido en la inmensidad de la red. No obstante, me ha llamado poderosamente la atención la forma en que las cadenas presentan este tipo de noticias — sobre todo A3TV — en el sentido de que todas tratan la situación como algo completamente noticiable y desde una óptica muy reducida y a continuación me explico.
«El que haga bueno o malo no es noticia, o no debería serlo, a mi juicio.»
El que haga bueno o malo no es noticia, o no debería serlo, a mi juicio. El tiempo meteorológico es cambiante, casi azaroso, muy dado a los caprichos del caos y de la extrema sensibilidad de estos fenómenos con respecto a las condiciones iniciales. Así pues, salvo episodios de extrema gravedad y crudeza, no entiendo que la lluvia mansa, persistente y ocasional deba ser noticia.
Creo que esta última afirmación debería justificarla, pero reconozco que es más una opinión, un capricho subjetivo que se me ocurre. Pero vayamos al grano: pienso que lo interesante no es si el tiempo fastidioso debe ser noticia o no, sino cómo se da cobertura a esa noticia y cuál es el enfoque que se le presta. Si miramos con atención las entrevistas, muy desde lejos, parece que el centro del mundo es el turista, el ser humano que anhela descanso y cuyo gozo ha sido terriblemente perturbado por la adversidad atmosférica. Y ahí a mí las cosas empiezan a chirriarme.
Digo esto porque estamos llegando a un punto en el cual las cosas sólo se miran desde una óptica muy reducida: la del ser humano que utiliza el mundo. Así, si el tiempo está malo, creo yo que lo primero que toca es joderse, luego adaptarse y, por último, intentar disfrutar con lo que la cosa dé de sí.
Tal visión estoica podría aplicarse a muchos otros campos de la vida, pero es que estamos llegando a un punto en el cual lo queremos todo muy bien precocinado, sin aristas ni bordes, blandito, aséptico y suave. Y eso no puede ser. No puede ser porque la oscuridad existe. Existe el frío y el invierno. Y también pululan por ahí fuera el dolor y la incertidumbre que nos aguardan tras cualquier esquina.
Quizás me he pasado de trascendental, pero es que se me revuelven las tripas con la típica imagen del madrileño (por decir algo, vamos) que no ha disfrutado de sus vacaciones por la lluvia, o del barcelonés que no ha disfrutado de sus vacaciones porque no había suficiente nieve en Baqueira. Que ellos lo piensen, pues vale; pero que encima me lo tenga que tragar como noticia con la que está cayendo cada día y con lo bueno que es ver llover aquí en Murcia. ¡Venga hombre!