De la posibilidad a la certeza

En estos días que se va a firmar el protocolo de Kyoto, me resulta sorprendente la forma en la que el tiempo puede contraerse para determinadas cuestiones que jamás afrontamos ni queremos resolver con prontitud.

Digo esto porque parece que fue ayer cuando en Río se gestaba el germen de Kyoto y en 1997 se presentaba este plan de acción a medio plazo. Por aquel entonces, los científicos eran unívocos en sus conclusiones — existe la certeza de que el clima está siendo modificado de forma acelerada — pero muchos de los gobernantes acogieron con bastantes reservas estas conclusiones y afirmaron que era necesario esperar un poco para ver si realmente el clima estaba cambiando. La sociedad de la calle empezó a pensar que era posible dicho cambio pero jamás se les pasó por la cabeza que pudiera ser cien por cien cierto. Ya se verá.

La variable tiempo no cesa en su progresión y acaba por forzar la convergencia de fenómenos dispares, de haces luminosos dispersos que se enfocan, ahora sí, claramente ante nuestros ojos. La imagen no puede ser más terrible: el cambio climático está científicamente confirmado y sus manifiestas consecuencias acabarán por influir en nuestra vida cotidiana tarde o temprano.

Nunca los humanos nos hemos encontrado frente a esta certeza; creo que nuestra psicología es lo suficientemente perversa como para hacer peligrosamente veraz el refrán ojos que no ven, corazón que no siente, por lo que no encuentro argumentos para pensar que seamos capaces de enfrentarnos a la certeza de un horizonte temporal bastante nublo. Seguiremos viviendo como si tal, pensando que hasta que el marrón no nos alcance, pues habrá que seguir viviendo mansamente. Pero el marrón está ahí, y ni doscientos protocolos como el de Kyoto van a ser capaces de frenarlo.

«Es tal el cambio necesario a nivel de conciencia que soy muy pesimista.»

Es tal el cambio necesario a nivel de conciencia que soy muy pesimista en lo que respecta a nuestro futuro común (expresión acertadísima de la ex-comisaria Bruntdland). Existe en nuestra psique algún bloqueo sin determinar que nos impide actuar frente a certezas temporales y espaciales que no nos afectan (de momento). Por ejemplo, sabemos que la gente muere a racimos por enfermedades fácilmente evitables. Pero como espacialmente están alejados de nuestra vida, pues no nos preocupa demasiado el asunto. Otro tanto puede decirse con respecto a las cosas que están temporalmente lejanas de nuestro presente, como por ejemplo el fenómeno climático que nos ocupa. Ya vendrá y ya nos ocuparemos.

Sin embargo, olvidamos un detalle esencial en este fenómeno: la inercia. Hay veces que es posible rectificar un segundo antes del desastre, como cuando nos despistamos conduciendo y damos un volantazo: nuestras ruedas están lo suficientemente nuevas como para soportar y rectificar la inercia del coche. Con el clima no es así. El clima se comporta como un petrolero de 400.000 toneladas: a casi 100 kilómetros de puerto uno debe poner las turbinas en posición de frenado para parar el buque y alcanzar la velocidad cero antes de arribar.

Creo que la visión de un enorme crucero descontrolado, yendo a toda máquina a pocos kilómetros de los acantilados, describe fielmente nuestro estado actual; hasta que la tripulación no apriete a los capitanes éstos no van a tomar cartas en el asunto; seguirán echando más carbón a las máquinas. Es lo que siempre han hecho y lo único que saben hacer. Porque nosotros les dejamos.

Deja una respuesta