Otra vez los trasvases

He vuelto de un viaje que me ha tenido casi un mes alejado de noticiarios y televisiones. Al llegar a España me he encontrado con que el tema de los trasvases ha vuelto a saltar a la luz pública. La chispa que ha vuelto a avivar un debate que humeaba entre cenizas desde hace más de 3 años ha sido la decisión de acometer un trasvase de aguas del Bajo Ebro al área metropolitana de Barcelona.

Hubo un tiempo que estuve muy centrado en estos temas. Fue allá por el 2000. No en vano, en aquellos años acababa de presentarse el Libro Blanco del Agua, un documento técnicamente impecable cuyas conclusiones eran lo suficientemente ambiguas como para que la planificación futura no estuviera hipotecada por las valoraciones técnicas.

Y así fue. En el 2001 el Gobierno de Aznar presentó su PHN, un catálogo de obras hidráulicas que incluía los pantanos del Pacto del Agua de Aragón y el proyecto de trasvasar «sobrantes» del Ebro a todo el arco mediterráneo. La reacción a este PHN no se hizo esperar y fue, como son los problemas hídricos y como muy bien se adjetiva en el LBA, poliédrica.

No voy a entrar en detalle sobre el tema, pues es de sobra conocido. Un par de cosas curiosas son: 1) las reacciones no iban alineadas con los partidos, sino con las regiones; así, se daba la esquizofrenia de que tanto en Murcia como en Aragón los dos principales partidos hablaban discursos radicalmente opuestos que ponían en serio compromiso a los líderes nacionales cada vez que tenían que responder por las soflamas localistas del barón autónomo de turno. Y 2) el discurso científico, poliédrico también, apenas fue considerado.

Cuando hablamos de trasvases, de agua, tendemos a la visceralidad, a pensar más aferrados al terruño, al atavismo fugaz del reflejo del agua en nuestras retinas que se grabó la primera vez que vimos un río. Desatendemos, pues, a la ciencia y la técnica que se esconde detrás del tema, mundo que no es exclusivo del gremio de los ingenieros pues también involucra a economistas, juristas, biólogos, hidrogeólogos, etc.

Ahora bien, ¿qué decían los científicos y los técnicos sobre el trasvase del Ebro y por qué sus argumentos apenas fueron considerados? Con independencia de los autores del proyecto (técnicos del Ministerio empujados por sus superiores políticos, donde la letra itálica indica literalidad) el proyecto fue sometido a revisión a más de un centenar de expertos nacionales en temas del agua (esto es algo habitual en ciencia: uno escribe algo y para que sea aceptado en una cierta publicación se somete al juicio de los referees, expertos que dictaminan la adecuación de lo escrito con la categoría de dicha publicación). Estos expertos emitieron sus informes y, curiosamente, más de la mitad eran opuestos al trasvase del Ebro: lo consideraban inviable desde varios puntos de vista: ambiental, social y económico. Su única viabilidad provenía desde el punto de vista técnico.

Estos informes negativos jamás se tuvieron en cuenta, ni siquiera para mejorar el proyecto en sí. Evidentemente, el Gobierno de entonces jamás publicitó su existencia y durmieron el sueño de los justos hasta que Internet, junto con sus autores, promovieron su liberación.

Con los años pasaron muchas más cosas y las razones por las que el PHN y el trasvase del Ebro cayeron no tienen nada que ver con estos informes. Fue una carambola del destino y la lógica política la que propició su derogación. Pero los informes están por ahí y algunos guardan perlas como el de Francisco Javier Martínez Gil, catedrático de Hidrogeología.

Este señor escribió un informe que, per se, es una joya, una alegato de la ciencia frente a la cerrilidad, la estupidez y la manera burda e irresponsable de actuar en política. Frente a la manera prudente de pronunciarse de la ciencia, frente a la consideración de distintas hipótesis que expliquen lo que está pasando, frente al rigor y el compromiso de los científicos, este hombre hablaba de la política en los siguientes términos:

«El político profesional, en cambio, suele ver los problemas sociales de otra manera, y en particular los del agua y el medio ambiente. Su actuación es más frívola, menos responsable, más para salir del paso. Suele carecer de visión de futuro. El futuro no le preocupa en exceso, porque piensa que es una cuestión de los que vengan detrás, y que en cierto modo la tecnología se encargará de resolver los problemas de cada momento. No piensa en las pérdidas irreversibles de valores. Su mirada se centra, en general, en la rentabilidad político/social inmediata de su acción, lo que pasa por conservar el poder como primera premisa.

El político se sabe persona de paso, y es consciente de que las reglas del juego le permiten equivocarse. Llegado el caso, sabe también que raramente se le van a pedir responsabilidades administrativas ni penales por sus decisiones precipitadas, erróneas o incluso perversas, siempre difíciles de demostrar aunque el sentido común así las interprete. La Justicia concede a la acción política una amplia permisividad de mal hacer, porque presupone que si se equivoca, la responsabilidad es de la sociedad por haber elegido a sus políticos, dado que sus acciones representan, teóricamente al menos, la voluntad soberana de la mayoría, aunque esa voluntad jamás haya sido auscultada ni le interese auscultarla.»Francisco Javier Martínez Gil, catedrático de Hidrogeología

Estos dos párrafos son de una claridad tan diáfana como aterradora. Explican perfectamente por qué se hacen las cosas en política. Y señoras y señores, ya no hay más. (Uno podría extraer múltiples consecuencias sobre la política si acepta como válidas estas premisas, pero mejor nos estamos quietos por hoy.)

No sé muy bien por qué me he descolgado con esto ahora que ha surgido la polémica del trasvase de Barcelona. Lo que quiero decir es que no sabemos muy bien hasta qué punto es lógico, conveniente y razonable trasvasar 50 hectómetros cúbicos a la segunda ciudad de España desde el Bajo Ebro. Pero lo que sí sabemos es por qué lo hacen: porque la lógica política ha llegado a la conclusión de que ésa es la opción que más les conviene.

Por cierto, que todos aquellos que critican esta decisión también se amparan en la misma lógica.

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