Vivimos una primavera exuberante de nubes, profundos gradientes barométricos y acuíferos renacidos. Desde nuestro confinamiento no podemos permanecer ajenos al milagro de la vida que se renueva en los minúsculos alatones y en el nido de las lavanderas. Se trata claramente de un mensaje que nuestra madre nos transmite. Es, quizás, su última llamada tras el toque de atención por el virus: o cambiamos o nos eliminará del inventario de especies.
«Es, posiblemente, nuestra última oportunidad. Si la desperdiciamos, se convertirá en madrastra y ya no tendrá piedad.»
Si bien una gran parte de las lecturas que se hacen de la pandemia se centran en lo político y lo económico, los que vivimos pendientes de la tierra, del viento, de si manan las fuentes, del vuelo de las rapaces y del trasiego de las hormigas, tenemos claro que lo verdaderamente trascendente está mucho más allá. La madre nos da un toque de atención y nos brinda una oportunidad para redimirnos y corregir la administración de la casa de todos.
Estamos a tiempo de conseguirlo. Ojalá sea posible salir adelante y centrarnos en lo pequeño, cuidar lo local, promover la cercanía, cerrar los ciclos para evitar dispendios. Será entonces el momento de valorar las acciones cotidianas: dar un paseo, pasar la tarde en el parque con los críos y salir a correr o dar pedales. Será también preciso disminuir nuestra inercia hacia las grandes superficies, los coches y las multitudes.
Para que lo tengamos presente la madre, durante este severo correctivo, se ha engalanado de cielos revueltos, verdor y luz oblicua salpicada de amapolas. De algún modo, sigue esperando que seamos buenos hijos y que hayamos aprendido la lección. Es, posiblemente, nuestra última oportunidad. Si la desperdiciamos, se convertirá en madrastra y ya no tendrá piedad. De las profundidades de su complejidad se desprenderá algún fenómeno — quizás sutil, quizás violento — que nos expulsará del paraíso para siempre. Y no lo hará movida por la venganza. Lo hará simplemente para cuidar del resto de su progenie.
En definitiva, para cuidarse a sí misma.
Algunos enlaces interesantes al respecto
Entrevista a David Quammen en El País suplemento Materia
2 comentarios
De acuerdo con lo leído. A medida que lo leía, tenía la tentación de a la madre llamarla Dios, el Creador y el sentido y la reflexión hubiese quedado intacta. Lo dicho, totalmente de acuerdo, nada de lo que he leído es baladí.
Efectivamente Paco. Uno puede pensar en el Creador, en la Pachamama, en Gaia, en Dios… para mí son conceptos análogos que representan una misma realidad: el milagro que supone la vida y el propio Universo. Gracias por tu comentario y espero que pronto podamos volver a salir a la montaña. Un abrazo.
Por autor de la entrada