A mitad de semana, justo cuando todas las miradas estaban atentas a la escenificación de un paripé más en la lucha contra la pobreza, la desigualdad y el deterioro ambiental, en ese preciso instante en que los Bush, Blair, Berlusconi, Putin y Chirac hacían como que les importaba mucho el destino de millones de personas, pues justo entonces fue cuando saltaron las bombas.
Leído este primer párrafo se me puede decir: eres demasiado radical. Es posible. Todos los acontecimientos sobrevenidos durante años y años pueden llevarte a dos salidas: la indiferencia y la radicalidad. Mi pensamiento y mi sentir deambulan entre ambos pareceres aunque tieden a aposentarse en la segunda opción; si me quedara en la primera me sentiría derrotado y vencido.
Conforme las noticias avanzan y la cifra de muertos sube, me pregunto — y os pregunto — en qué se diferencian las 50 y pico muertes de Londres de las que a diario tuvimos noticias durante la guerra en Bagdad. ¿Hablamos de cantidad? Seguro que no, porque entonces las de Bagdad ganan por goleada. Como dicen por mi tierra, se conoce que la calidad de los muertos de Londres es superior y que debemos estar más apenados por los de aquí que por los de allí.
Hasta cierto punto, este argumento es razonable porque la proximidad es un factor más para incrementar la empatía. No en vano, el niño que cada tres segundos muere de diarrea en cualquier país africano es un dato de telediario más que un sentimiento y a las pruebas me remito: si sintiéramos esa muerte como se supone que debemos sentir las de la gente del metro de Londres no podríamos respirar; cada tres segundos un sobresalto mortal es demasiado.
Bueno, quizás me esté pasando de ácido pero pido la indulgencia de los lectores y que no tomen demasiado en serio mis palabras; es verano, hace calor y no pienso con demasiada claridad. Aún así, tampoco es razonable tomar en serio las declaraciones de los grandes líderes, esas palabras altisonantes que atribuyen las causas del terrorismo a la irracionalidad de unos pocos descerebrados. ¿Ustedes se tragan esta explicación tan burda y simple? ¿Ustedes creen que el fanatismo se cultiva por generación espontánea y que Ben Laden aparece de repente en la escena siendo el más malo de los malos? ¡Vamos hombre! Estamos adocenados, dormidos, bien alimentados, hemos visto mucho Independence Day en el que siempre vence el bueno, pero no somos estúpidos.
«Somos especialistas en hacer el mal.»
Si la primera aparición de Blair frente a los periodistas fue para dejar patente su determinación en la lucha contra el mal, más le hubiera valido apretar en la cumbre del G8 para que las reglas injustas del comercio mundial dejasen de empobrecer y hundir en la mierda a más de un continente. Y es que, si de luchar contra el mal se trata, habrá que hacer examen de conciencia y empezar a barrer dentro de nuestra propia casa. Somos especialistas en hacer el mal, no un mal concentrado en el tiempo y el espacio, como el atentado de Londres, sino un mal difuso, dilatado en el espacio y el tiempo, de difícil apreciación y, lo que es todavía más terrible, sin otra justificación que no sea la pecuniaria.
En ocasiones, y el reino animal del que provenimos frecuentemente nos da muestras de ello, la violencia es el aliviadero por el que desagua la desesperación. Quizás deberíamos luchar contra la desesperanza de los pueblos que hemos engullido para evitar esos cauces de muerte y destrucción. El refranero español es sabio y afirma que quien a hierro mata, a hierro muere, aunque al blandir la espada paguen, como siempre, justos por pecadores.
Vivimos una esquizofrenia mundial; de esto no me cabe duda. Confundimos las causas de los problemas, tergiversamos las lecturas y los motivos primeros de las cosas que pasan, priorizamos nimiedades y olvidamos la raíz de la muerte y la angustia; tratamos la vida — de personas, de animales, de plantas — y los sistemas con una simplicidad delirante y afán predatorio. La factura está a la vuelta de la esquina y nadie va a poder pagarla.