Me resulta extraño el hecho de que el hombre no haya asimilado la gran verdad gracias al poro de nuestra mente. Es curioso, pues la razón humana y su discurso es poderoso y fuerte; al menos, así lo siento yo cuando nuestra inteligencia racional dibuja preciosos y perfectos mundos, espacios imaginarios de compleja arquitectura y, sin embargo, apenas es capaz siquiera de justificarse en el que vive.
Esto me sugiere algo decisivo, a saber, que la cuestión de la verdad es un problema de solución vital. No creo poder elegir mejor expresión para calificar este asunto que nos traemos entre manos. Solución vital porque es algo que no se acapara ni obtiene en un momento singular, sino que se hace y fabrica conforme uno avanza en la sinuosa curva de sus propios días. En otros términos, esta solución se va obtieniendo — imposible destilarla por completo — de forma lineal y continua, en aproximaciones cada vez más finas, de suerte que jamás se alcanza de forma explícita y mucho menos marcada en un instante concreto del calendario.
«La cuestión de la verdad es un problema de solución vital.»
Así, solución vital es una inquietud satisfecha siempre de forma imperfecta, una búsqueda a muy largo plazo que jamás culmina y, si alguien se aproximó a esa verdad y la rondó cerca, seguro que ésta no se le presentó fría e insípida cual resultado de investigaciones rigurosas y serios procesos mentales; podría apostar mi pellejo a que ese feliz hombre que recibió su luz y la mirada de sus ojos en los días más altos de su existencia se pasó todos los siguientes redescubriéndola, mirándola y aprehendiéndola desde sus infinitas perspectivas, cautivado por sus ilimitados sabores. Con seguridad, a veces se le escaparía algún matiz, pero pronto volvería a encontrar sus huellas leves sobre la arena.
Intuyo que esa gran verdad debe ser algo tan inconmensurable que uno puede pasarse toda su existencia asombrado por los distintos aromas que en cada hora exhala. Y claro, por ello estoy hablando de solución vital: porque es gracias a la vida, desde la vida, y desde la exclusividad propia e íntima de la nuestra como la percibimos: intentando cada día hacernos mucho más finos y atentos.
El conocimiento de este vasto paisaje se perfila gracias a este enigmático viaje que es nuestro discurrir por las esquinas y alambradas de este mundo. El caso es que, ciertamente, creo que ese es nuestro fin: el conocer y mimar el absoluto de forma asintótica, acariciarlo en el límite y sentir su tangencia en el punto del infinito. Y todo eso incluye querer y sentir, llorar y hacer, fabricar y crecer junto a los seres con los que deseamos converger.
Pues así de difícil y complicado es recalarse de sabiduría